editoriales


La importancia de la sustancia

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septiembre 2009


Las noticias ya no son alarmistas, son catastróficas. Las estadísticas que ha difundido la Federación Suiza de la Industria Relojera referentes a las exportaciones en el primer semestre del 2009 suenan como una letanía deprimente: Hong Kong baja un 22,2 por ciento, los EE.UU. bajan un 43,3 por ciento, Francia baja un 10 por ciento, Italia baja un 8,4 por ciento, Alemania baja un 13 por ciento, Singapur desciende un 30,3 por ciento, China un 36,4 por ciento, y así indefinidamente. Como única y honrosa excepción a la retahíla de descalabros está el caso del incremento del 44,1 por ciento de Corea. Desde Enero del 2009, las exportaciones de relojes suizos han experimentado un descenso promediado del 26,4 por ciento. En el primer semestre del año supusieron un giro de 4.040 millones de euros, 1.450 menos que en el mismo periodo del año anterior.

Estos resultados son una radiografía del estado real de la economía y nos proveen de un diagnóstico implacable de la situación de la industria relojera: está por los suelos. El aterrizaje forzoso ha causado, y seguirá causando, un montón de daños colaterales. Tras la ascensión desbocada de los últimos años, la vuelta a la realidad ha sido como una ducha de agua helada un día de riguroso invierno. Los tiempos están cambiando, como cantaba Bob Dylan hace más de cuarenta años. Y seguirán cambiando, cosa que muy frecuentemente olvidamos. No deja de ser paradójico que la relojería, que es el arte y la industria del tiempo, harto frecuentemente ignore las lecciones que el propio tiempo nos imparte.

Embriagados por la arrogancia de sus éxitos estratosféricos, la relojería voló cada vez a mayor altura, superando registro tras registro, batiendo un récord tras otro, no solo en las finanzas sino también en cuanto a la tecnología y al marketing. Así, finalmente, olvidó que la industria que mide el tiempo no tiene por que ser eterna y que en el gran organigrama de las cosas no era más que una gota en el gran océano de la economía mundial. Sean cuales sean sus méritos, la relojería no deja de ser un pequeño sector condenado a sufrir las consecuencias de disturbios ajenos a su control.

Hoy, el diagnóstico exige una cura de salud y modestia. Algunas piezas han quedado ya en la cuneta y otras van a seguir. Esperamos ansiosos un retorno al buen juicio, un premio a aquellos que han entendido el valor de mantenerse fieles a círculos virtuosos. Aquellos que resistieron al orgiástico frenesí que atrapó a muchos otros, están ahora en condiciones de rearmarse para la próxima campaña. ¿Y cuando será eso? Creemos que pronto, a finales del 2009 o principios del 2010. Nos aportarán nuevos valores ya que se ha desacreditado la noción del plus ultra, de la superación insaciable de un logro por el siguiente: es la hora de la moderación. La palabrería dará paso a la calidad. El oportunismo cederá su lugar al servicio al cliente.

Pero debemos ser tajantes en un aspecto: la innovación no ha perecido en la hoguera de las vanidades, del autobombo y de la ostentación. Al contrario, esperamos ahora que los innovadores aporten sustancia a la relojería. En los tiempos tempestuosos actuales, el hecho de que una marca como Tissot sea capaz, no solo de mantenerse a flote, sino que además mantenga su rumbo, es un claro ejemplo de lo que queremos expresar. El T-Touch es un producto innovador que, a pesar de haber sido eclipsado por competidores más ruidosos, tiene sustancia, una sustancia única en su género. Y esto es solo un ejemplo entre muchos posibles, pero que apunta en la dirección adecuada, la de innovar para crear productos sólidos a precios consecuentes con la sustancia que contienen.

La importancia de la sustancia

Reloj «Spatiale» de Vincent Calabrese, fotografiado en 1998 para Europa Star por Lionel Deriaz y Philippe Loup.